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El espectro en el Umbral.

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El sonido de un jadeo constante perseguía aquella alma que transitaba, penosa, el camino que corría desde el amplio parque hasta su pequeña casa; aunque no huía de nada en particular, si tenía en su mente la extraña sensación de algo oscuro que se abalanzaba sobre su sombra, la que, la luna comenzando a asomarse detrás de unas gruesas nubes, proyectaba en el húmedo empedrado; tenía la fortuna de no verse alcanzado porque sus pasos eran mas veloces que las tribulaciones de su mente sumida, con cada paso, en el miedo que no te permite ver atrás cuando avanzas en la oscuridad, y aunque ya venía sintiendo el ahogo que subía con ardor hasta hacerse un nudo en su cuello, no aflojaría el paso hasta no sentirse seguro.  Allá en la plaza había quedado la compañía  frívola, que al son de unos tragos ameniza la soledad de quien se encierra tras las gruesas cortinas de una superficial sonrisa, mientras en su interior, aquel humano llora su pesar y alimenta sus miedos mas profundos, hallando sosieg

Lo que yace debajo de la cama

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El reloj estaba por marcar las 3:00 de la mañana cuando un sonido rastrero invadió sus sueños, la acogedora habitación se convertía ante su adormilada vista en una oscura celda, donde las paredes a su alrededor se levantaban amenazadoras hasta donde sus ojos le permitían ver; tenía la sensación de que en lo alto, donde las paredes se unían en un insano nudo oscuro y profundo, yacía una ominosa presencia que le miraba. Mientras su mirada se encontraba absorta intentando distinguir el horror que deformaba aquella habitación, sus oídos se sintieron tentados a escuchar cómo algo que se arrastraba en el suelo parecía cada vez mas cerca; el aterrado hombre sintió como las orejas se le tensionaban como queriendo señalar ese algo oscuro que asechaba por los costados, mientras por el cuerpo le corría un torrente de adrenalina que provocó un profuso y repentino sudor. Tan intempestivo como el sudor que le empapaba, el desconsolado hombre sintió como la ropa se le humedecía y se le adhería a la p

El camino tenebroso de una mente perturbada.

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  El abrazador sol despuntaba detrás de las montañas dibujando largas sombras en el enrevesado sendero que transitaba; había partido sin ser visto y llevaba ya horas de camino con las culpas encadenadas a sus tobillos como pesados e infames grilletes que pensaba abandonar apenas cumpliera su objetivo; la vista dubitativa siempre temiendo lo que hubiera a sus espaldas y no le diera tiempo de terminar lo que viciosamente había planeado, le azotaba terriblemente la conciencia. Con un improvisado bastón tanteaba el terreno difícil por el que tenía que trasegar, a veces en imprecisos saltos y otras tambaleando ante mortales caídas;  huía de ese terrible pasado que lo perseguía y que él, controlando meticulosamente el miedo que le causaba dar rienda suelta a sus sueños, todavía conservaba en una bolsa atada a su espalda, que le pesaba como si en ella cargara rocas. Las horas se comenzaron a alargar en una ridícula competencia con las ominosas sombras a los pies del andariego, carrera que con

El descenso.

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Una vez, lleno de virtud y luz, un ser alado tomó las piedras de su camino y con ellas construyó una escalera que lo condujo a la felicidad, su camino fue adornado por el brillo innegable de su amable figura y su inquieto interés por servir; otro ser sin embargo, no tuvo la fortuna de hallar el camino de la gracia, no encontró las alas que presuntamente le tenían guardadas, su pensamiento se oscureció, egoísta se nubló y ardió en su corazón la llama del odio. ¿Qué tan sombría y oscura debe ser el alma de un ser para sacar las piedras del camino y en su espacio cavar, y descender cada vez más profundo con destino inequívoco a su destrucción? Ese lugar lleno de sufrimiento, dolor y angustia al que tanto se teme en vida, realmente existe, este ser cavó sin descanso y con el trabajo que le costó llegar a tal profundidad fue dejando en el camino la esencia que lo hacía humano, se fue derruyendo, transformando, degenerando en formas que, pasaron de ser simplemente horrendas a los ojos de la

El color de la Pesadilla

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Se encontró desubicada y dolorida; su visión era aún nublada, como cegada por la pesadez de un sueño profundo en una larga y perturbadora noche en la que se espera sin sosiego, la claridad del día; pasaron largos segundos en los que, entre parpadeos constantes, intentaba enfocar su visión. Las sombras disformes comenzaron a figurar en su retina, mientras una espesa lagaña parecía dar espacio a una incipiente luz que se filtraba trabajosamente por una desconocida rendija; quiso llevarse desesperadamente los puños hacia su cara; quería ansiosamente restregarse los ojos a fin de deshacerse de la extraña nube que había en ellos, pero sus brazos, cual troncos secos e inertes, se negaron a obedecer su orden. Solo habían transcurrido unos segundos desde el comienzo de su despertar, pero en aquella mente parecían eternas y aterradoras horas en las que perdió el control sobre su cuerpo y unas ininteligibles, pero no por eso poco amenazadoras figuras, habían emprendido una rastrera, pesada y que

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