El camino tenebroso de una mente perturbada.


 

El abrazador sol despuntaba detrás de las montañas dibujando largas sombras en el enrevesado sendero que transitaba; había partido sin ser visto y llevaba ya horas de camino con las culpas encadenadas a sus tobillos como pesados e infames grilletes que pensaba abandonar apenas cumpliera su objetivo; la vista dubitativa siempre temiendo lo que hubiera a sus espaldas y no le diera tiempo de terminar lo que viciosamente había planeado, le azotaba terriblemente la conciencia.

Con un improvisado bastón tanteaba el terreno difícil por el que tenía que trasegar, a veces en imprecisos saltos y otras tambaleando ante mortales caídas;  huía de ese terrible pasado que lo perseguía y que él, controlando meticulosamente el miedo que le causaba dar rienda suelta a sus sueños, todavía conservaba en una bolsa atada a su espalda, que le pesaba como si en ella cargara rocas.

Las horas se comenzaron a alargar en una ridícula competencia con las ominosas sombras a los pies del andariego, carrera que con creces el tiempo ganaría una vez el sol se ocultara por completo detrás de las montañas, dejando la prístina tierra a la merced de la implacable oscuridad que todo lo oculta y todo lo transforma. Temeroso, el andariego intentó acelerar el paso, pese a que el terrible peso le arrastrara la razón por el suelo y lo hiciera perder la firmeza de sus pasos; cuando, perdía la fuerza que lo impulsaba a poner un pié delante del otro, tenía que apoyar las ajadas manos para no sucumbir ante la penumbra terrible que se le abalanzaba entre murmullos y rumores ferales.

Por fin llegó a un claro qué le sirvió de temporal sosiego, sintiendo como el fulgor del día le corría por la espalda y los brazos; a la luz de una lámpara de vela, soltó el bulto que conformaba su equipaje y machete en mano cortó la maleza para hacer un pequeño descampado en el que armar su cambuche y recostarse a dormir.

La inquietud de los sueños lo despertó bañado en sudor en medio del claro oculto entre las montañas, las sombras que a esa hora dominaban toda la superficie, eran en el horizonte gigantes negros que lo ocultaban del juzgador brillo de las estrellas, y por encima una densa capa de nubes dejaba escapar pequeños visos de una luna distante que aunque llena, luchaba por escabullirse entre la espesa niebla que se asentaba en la montaña, los pocos rayos de luz serena que le llegaban lo azotaban como látigos de culpa que lo sumían en el profundo dolor de haber dado rienda suelta a la bestia que en su interior habitaba; el frío hielo le congeló los huesos a pesar de las cobijas con las que se cubría, y de la lona que rudimentariamente había colocado en las ramas de un árbol para procurarse techo, se escurría un constante goteo de rocío, helado y punzante como una hoja de acero cubierta por la nieve que le recordaba la maldad que ha ratos surgía de una piel gastada por los años y el desagradecido trabajo.

Los pensamientos aún confusos por la oscuridad, el frío y los extraños sueños que le atacaron cuando dormía, corrían lentos y desordenados por la sabana tenebrosa de una mente perturbada; en aquella llanura, pequeños destellos de luz todavía guiaban con esfuerzo la naturaleza alguna vez noble de un prófugo que fue mezquino con las cosas equivocadas, el ardor de la ira arremetía sin miramiento contra aquellos destellos transformándolos en negros vacíos sin fondo del que surgía nuevo ardor y pena. 

Espabiló y su vista volvió a la realidad acosado por un rumor creciente y una luz distante que danzaba violentamente entre los árboles; el momento de continuar había llegado, hizo acopio de las pocas fuerzas que lo acompañaban y creyó conveniente dejar a un lado el bulto que llevaba amarrado como un perro que no tiene otra opción; echó a andar a la velocidad que la fatiga le permitía mientras ese monstruo bailarín con una lista en una mano y una guadaña en la otra le susurraba sus pecados. 

El fuego por fuera y la oscuridad por dentro hacían de él un espécimen fascinante, mientras la confusión invadía brutalmente la poca cordura que aún le mantenía en pie, la luz de luna le recordaba con dardos punzantes la culpa que cargaba. El monstruo se acercó peligrosamente; alzó la guadaña amenazadora y asestó un brutal golpe que de haberle dado habría apagado con sangre el fulgor del fuego; la oscuridad dentro de él también avanzó derruyendo la poca luz que aguardaba en efímeros recuerdos de tranquila infancia.

Frío mortal fue lo que sintió subiendo desde sus débiles pies hasta su coronilla, recordó el bulto que había llevado amarrado y que en él escondía sus más terribles secretos y anhelos, sintió pena por no ver cumplido su deseo antes de despedirse de este mundo, pues el haberlo abandonado le daba la oportunidad de escapar del monstruo ígneo que incendiaba todo a su paso, miró de reojo y el pavor recorrió nuevamente su cuerpo, los recuerdos de un pasado menos terrible lo habían dejado ya y no pudo hallar ni sosiego ni calma suficiente para detener el violento tañido de sus dientes y el dolor frío de sus huesos.

El filo sibilante que pasara raudo cerca de sus oídos por tercera vez, terminó clavado en su hombro y para regocijo del gigante flamígero, la fuerza de 100 hombres fue suficiente para arrastrar al desdichado andariego a sus fauces; el rumor creció y se transformó en apabullantes gritos que le atacaban y oscurecían sus pensamientos hasta el punto del negro absoluto; cayó él con la ira que le causaba haber actuado tan descuidadamente, haber sido descubierto y que sus más íntimos temores fueran materializados. Ni siquiera el martillo de la justicia humana golpeando inapelablemente una mesa podría acallar el clamor de una familia destrozada, la venganza de sangre, por el contrario, sepultaría el horrible monstruo que huyendo de su irremediable destino abandonó aquella niña, que, de no haber sido por la turba iracunda armada de un sentido instintivo de justicia encendida en llamas,  habría sido  engullida por el terror convertido en un ser humano, de gesto amable y negra conciencia. 

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