El espectro en el Umbral.

El sonido de un jadeo constante perseguía aquella alma que transitaba, penosa, el camino que corría desde el amplio parque hasta su pequeña casa; aunque no huía de nada en particular, si tenía en su mente la extraña sensación de algo oscuro que se abalanzaba sobre su sombra, la que, la luna comenzando a asomarse detrás de unas gruesas nubes, proyectaba en el húmedo empedrado; tenía la fortuna de no verse alcanzado porque sus pasos eran mas veloces que las tribulaciones de su mente sumida, con cada paso, en el miedo que no te permite ver atrás cuando avanzas en la oscuridad, y aunque ya venía sintiendo el ahogo que subía con ardor hasta hacerse un nudo en su cuello, no aflojaría el paso hasta no sentirse seguro. 

Allá en la plaza había quedado la compañía  frívola, que al son de unos tragos ameniza la soledad de quien se encierra tras las gruesas cortinas de una superficial sonrisa, mientras en su interior, aquel humano llora su pesar y alimenta sus miedos mas profundos, hallando sosiego sólo en la tranquilidad de su oscura morada, a pesar de ello, el hombre sabiéndose solo, no se atreve a dejar de frecuentar la fácil conversación que distrae la mente y los tragos que encienden fuego en sus entrañas y por un instante, le hacen sentir vivo y logra asirse del borde de ese vacío que se hace mas profundo y agudo en su interior.

Su oscuro reflejo se dibujó ahora al interior de un gran portón que se abría en la margen derecha del camino, una lampara en el lado contrario de la calle, figuraba contra la negrura como un guardián que se irgue en medio de un mar de espesa profundidad cuya extensión incontenible, formaba un circulo al rededor del pequeño espacio donde se derramaba la límpida luz; a esa hora entre la plaza principal del pueblo y su pequeña guarida, que lo esperaba fría, pero a su vez segura y acogedora, era el único punto luminoso.

El portal que a la vera del camino se alzaba, tenía varios metros de ancho, se componía de un enorme arco de ladrillos de granito blanco toscamente moldeados, unidos entre sí por el poder de la arquitectura de su diseño, la poca luz, o mas bien dicho, el exceso de sombras, le daba al arco la apariencia de una fila de amenazadores dientes, y el muro por encima de ellos, al estar construido con barro cocido, daba la sensación de ser unas malsanas encías que con esfuerzo sostenían aquellos dientes como si de las fauces de un inconmensurable monstruo se tratasen.

Para adentro del portal se abría un camino antiguo que desembocaba en el cementerio del pueblo, vetusto, encantado y por qué no decirlo, maldito; ya había oído él de esas viejas historias, de espíritus en pena, pero el no creía en cuentos, era práctico y poco supersticioso, aún así algo acosaba su mente y el miedo recorrió su cuerpo en un espasmo y un escalofrío que le aceleró el corazón. 

La luz que emitía la lámpara lo reconfortó y alejó su mente de aquel terror que pisaba sus talones desde unas calles arriba cuando volvía de la plaza del pueblo; viendo la luz que descubre la sombra y revela los obstáculos del camino, aminoró la marcha y sintió como unas tersas manos hechas de cálidos vapores incorpóreos le pedían que voltease la vista hacia el portal; su mente cayó en una lucha entre el miedo y el placer, se encontró frente a una pugna que enfrenta dos caras de la misma moneda, la fuerza ignorante del escéptico y la posibilidad remota pero no imposible que anima al crédulo.

Nuevamente la suave mano de un ser invisible acarició la mejilla que se cubría con una barba de varios días, pero que acumulaba aún mas días sin recibir un halago como ese. La atribulada percepción del hombre se vio envuelta en la magia ladina del ser oculto tras el portal y aún con los ojos cerrados, disfrutando la tersa sensación que no percibía hacía tiempo, volteó su rostro y quedó de frente al umbral. 

Al sentir como su posición con respecto del mundo cambiaba y como a través de sus párpados la escasa luz que se filtraba en rojizos tonos, menguaba y daba paso a la penumbra; su mente cayó de golpe y recupero sus cabales, sus ojos en respuesta se abrieron de repente. La amenazadora boca que ante él se formaba, seguía allí: quieta e impasible y su afectada mente se calmó; pero aquella sensación no duró, vio como en el negro portón se formaba una figura, tan alta como una persona, el vapor blanco fue tomando forma y en presencia del impresionado hombre destellaron unos ojos color de rubí.

Aquella mirada escarlata flotó hacia el hombre sobre una densa niebla cambiante; a veces con la forma de un cuerpo humano que se desfiguraba horrorosamente. Sus extremidades desaparecían o se transformaban, las inferiores a veces como gruesos troncos, varillas de brillante acero; inclusive los cascos de un furioso caballo o las largas y tiesas zarpas de una araña; las superiores, por otra parte, podían ser largos cuchillos lustrosos a la luz de la luna, garfios ennegrecidos por el calor del fuego, o  afiladas púas como las que tienen los insectos en sus patas; el hombre palideció y la ansiedad de un paso ligero volvió a habitar su mente en una explosión de desespero; quiso correr, pero sus pasos no lograron llevarlo mas allá del final del circulo de la amarillenta luz, que se convirtió en el escenario de un atroz final; el cuerpo se congeló en el preámbulo de un grito que en el instante fue acallado por la sofocante niebla que se le coló por boca, nariz y oídos.

Por unos instantes la mente del hombre quedó en blanco, y luego estalló en recuerdos; vio su vida pasar ante sus ojos, sabía que el instante final había llegado; mientras veía las imágenes en una cascada, notó que los recuerdos revividos en su mente estaban cargados de tristeza, aun los que sabía que habían sido momentos placenteros, se diluían en formas morbosas y terribles que le apuñalaban la consciencia, en un túnel de memorias mal formadas su mente aguardó hasta la locura.

El cuerpo, aún parado sobre el borde exterior del aro de luz que arrojaba la lámpara a la vera del camino, se desplomó envuelto en la niebla y el brillo escarlata se disipó en una malvada carcajada; la cambiante figura animalesca volvió hacia el portal mientras arrastraba el hombre que yacía inconsciente y con los ojos blanquecinos, mientras sus recuerdos caían con el resto de su esencia en el negro olvido. 



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